Buscando historias en la urbe amazónica

Con 110.000 km², Amazonas es el departamento más extenso y, sin embargo, uno de los menos poblados de Colombia: apenas unos 75.000 habitantes, según el último censo del Dane. Su extensa selva, constituida por una vasta variedad de árboles nativos y endémicos, es cruzada por largos y caudalosos ríos que devienen de los ríos Amazonas, Caquetá, Putumayo y Apaporis; su fauna, una de las más diversas de todo el mundo, tiene una amplia variedad de familias de aves, peces, mamíferos, anfibios y reptiles.

Leticia, su capital, ubicada en el extremo sur del país, recoge casi al 60% de la población del departamento. A pesar de ser muy pequeña en comparación con otras capitales del país, es, sin lugar a dudas, una ciudad. Sí, es una ciudad, de calles y carreras bien pavimentadas, llenas de motocarros y motocicletas que frenan en cada esquina antes de cruzar, pues, a pesar de que hay varios semáforos, ninguno funciona. A causa de su carácter turístico, cuenta con locales por doquier: restaurantes, hostales, supermercados, hoteles, agencias de viajes y excursiones, entre otros.

Leticia pareciera ser, entonces, una especie de paradoja, un lugar rodeado de la selva más extensa del mundo, distante de los centros de poder nacionales, pero que, por su carácter fronterizo (con Brasil y Perú), lo acerca a otras dimensiones de lo urbano. Ese 60% de la población del departamento que vive en la capital es en su inmensa mayoría indígena, que se reconoce como tal, pero, a causa de las distintas formas de dominación a las que ha estado sometida históricamente, ha sido obligada a vivir la ciudad de una manera periférica, adyacente.

Mientras el Amazonas es asentamiento milenario de indígenas huitotos, cocamas, ticunas, ingas, muinanes, nonuyas, letuamas, barasanos, bacujes, boras, ocainas y yaguas, Leticia es una ciudad colombianizada. Una ciudad en la que los dueños de los negocios son principalmente colonos que provinieron de todas las partes del país; en la que las iglesias católicas y cristianas se asentaron en cada barrio; una ciudad en la que los niños aprenden de La Niña, La Pinta y La Santamaría y desde las bandas escolares tocan con firmeza el himno nacional.

Aun así, en ese escenario en el que viven diversas etnias, principalmente ticunas y huitotos, sobrevive lo tradicional. Son estos indígenas los que migraron a la ciudad en busca de trabajo, asistencia médica, educación; son los que habitan Leticia, pero que no viven en ella, sino en sus fronteras, en sus corregimientos aledaños; son estos indígenas los que decidimos buscar para que hicieran parte de la Categoría Herencia de mi Pueblo de 2017, del proyecto Historias en Yo Mayor.

En noviembre de 2017, una vez elegidos los cinco ganadores de la categoría, volvimos a Leticia. Visitamos a cada uno de los ganadores y grabamos nuevamente sus historias. El 17 de noviembre, con una numerosa asistencia, realizamos la premiación en el Auditorio de Cafamaz. Allí, con gran emoción Joaquín, Hernando, Albina, Santa y Fermín subieron a la tarima a recibir su premio mientras eran aplaudidos por un amplio público de niños, jóvenes y adultos, aplausos que aumentaron cuando algunos se animaron a contar las historias con las que ganaron.

La memoria indígena en un celular

Para llegar desde Leticia a la comunidad de San Sebastián simplemente hay que tomar un bus público o, en su defecto, un motocarro que no cuesta más de 7.000 pesos. Si bien el trayecto no dura más de 15 minutos, oficialmente es a las afueras de la ciudad. San Sebastián de Los Lagos, con apenas 58 hectáreas, es el resguardo más pequeño de la Amazonía colombiana; allí, según cifras oficiales, habitan alrededor de 730 personas, que en su mayoría son indígenas de la etnia ticuna (70%), seguidos de la comunidad cocama (25%) y la etnia yagua (5%).

Cerca de 15 abuelos están reunidos en una misma casa. Su curaca (palabra de origen quechua que hace referencia a los líderes o gobernadores indígenas) los ha convocado luego de informarles que vendrían a grabarlos para que participaran en un concurso de oralidad. Un día antes, Deisi Sánchez Parente, una joven ticuna que viene desde la comunidad de San Pedro, llamó al curaca para hablarle del proyecto Historias en Yo Mayor y ver si era posible motivar a los abuelos y abuelas a que participaran. Él, sin dudarlo, le dio el aval.

Con ayuda de unos folletos y armada de su teléfono Samsung, Deisi, en su idioma ticuna, les contó de ese proyecto que ella estaba apoyando y el valor que podrían tener esas historias que ellos albergaban en sus cabezas. El hecho de que ella también perteneciera a una comunidad indígena de la región y fuera conocida por las personas, ciertamente, ayudó a que 11 adultos mayores de San Sebastián se animaran a participar. Uno a uno contó una historia frente a la cámara del teléfono celular.

Deisi fue la gestora principal de este proyecto. Entre septiembre y octubre de 2017, visitó otras cuatro comunidades aledañas a Leticia e hizo un procedimiento similar al de San Sebastián de Los Lagos. Una tarea difícil pues, según cuenta, no son tantas las personas de estas comunidades que tienen más de 60 años; de hecho, sus abuelos, Matilde y Pedro, eran los únicos en San Pedro que cumplían ese requisito. La segunda visita fue a El Castañal, también una comunidad muy cercana a la ciudad, pero que no está conformada como resguardo y que, según varios estudios, cuenta con problemas de tierra, pues hay poco espacio para hacer chagras (sembradíos), y los terrenos aledaños han sido vendidos a particulares. Allí, fueron grabadas 12 personas, 7 en ticuna y 5 en español, que contaron principalmente historias de vida, de su cotidianidad, relacionadas con la pesca, la siembra, la bonanza de las frutas y los encuentros con animales en la selva; sin embargo, allí se destacó un cuento de Santa Santos Farías sobre La Guaymitiera, un ser legendario que, en palabras de Héctor Gómez Tello, uno de los jurados, conocedor de la tradición ticuna, “no se distingue si es hombre, mujer o animal. Su apariencia intimidante, hace que los lugareños lo recuerden como el guardián del bosque y protector de la naturaleza”. Esta particular historia recibió el segundo lugar del concurso.

En el Kilómetro 11, ubicado a un lado de la carretera que va de Leticia a Tarapacá, habitan alrededor de 200 personas, en su mayoría huitotos, aunque también viven ocainas, boras y personas de otras partes del país y de Perú. A diferencia de los indígenas ticunas y huitotos, que han logrado preservar su lengua materna, comunidades como la ocaina y la bora la han perdido y hablan únicamente español. En este pequeño caserío fueron grabadas 3 historias en español y 2 en huitoto; una de ellas fue acreedora de una mención de honor, la de Joaquín Murallari Cisneros, un indígena de ascendencia ocaina que narra una cómica historia que se desarrolla al interior de la selva.

En San Antonio de los Lagos, resguardo ticuna de 188 hectáreas, Deisi consiguió que 10 personas participaran. De este lugar es don Fermín Jordán Parente, un hombre risueño y carismático, dedicado a su chagra que, con mucha jocosidad y candidez, narró en su lengua nativa los diversos avatares que sobrellevó para hacerse con el amor de quien hoy sigue siendo su esposa. Con esta bella comedia romántica fue el ganador de esta versión de Herencia de mi Pueblo.

Premiamos la tradición

A las 3:15 p.m. del viernes 17 de noviembre, el auditorio de la Caja de Compensación del Amazonas, Cafamaz, estaba casi lleno. Los primeros en llegar fueron los participantes del hogar San José, quienes habían participado en el concurso gracias al apoyo y gestión de Dayana Henriquez, promotora de lectura de la biblioteca de Cafamaz y una de las personas que más se comprometió con difundir el concurso en la región. Gracias a ella, cerca de 20 personas de la ciudad, muchos de ellos colonos, también contaron sus anécdotas y relatos de vida. Faltando cinco minutos para las 4:00 p.m., hora en que iniciaba el evento, llegaron las últimas personas de las comunidades aledañas. Todo estaba listo para la ceremonia de premiación.

Después de las tradicionales palabras oficiales de las fundaciones Saldarriaga Concha y Fahrenheit 451, Antonio Bolívar, ampliamente conocido en la comunidad por su papel en la premiada película El abrazo de la serpiente, quien fungió como jurado del concurso, felicitó a sus “hermanos ticunas y cocamas” que participaron, reconoció el valor de las 57 historias que evaluó y motivó a todos los asistentes a que siguieran narrando para dejar esos saberes a las próximas generaciones.

Uno a uno, fueron pasando los cinco ganadores del concurso. Estas cinco historias que puede ver en el Especial Multimedia del concurso, entran a hacer parte de un pequeño legado; es una minúscula pero importante muestra de las narrativas que sobreviven en los habitantes de la urbe amazónica y que, probablemente, nunca hubiéramos tenido la oportunidad de conocer.

¡Disfrútenla!